La mirada tendida al punto distante
precipitada en la confusa nada,
habla del prisionero perpetuo: tiempo al tiempo,
uno y uno,
los días de uno.
Cronos indócil te poseyó
prohibiendo la abundancia,
su trayectoria de humo viene a contemplarte
con una legión de pérdidas.
Diminuta debacle ante los ojos de la muerte.
Contar cuántas veces el péndulo,
mirar al dromedario en la alcoba
con su báculo hincado en la arena incierta
y la necesidad de saber
sin resignarse.
Dime,
¿qué nos urge?
Es natural morir errando.
No usaré esta vez la guerra a mi favor,
olas de fuego sólo blasfeman palabras ingratas,
porque en las cosas del corazón
manda el corazón,
como al César lo que es del César
y a Dios lo que es de Dios.
Esta es la historia que he de recordar
ante el peligro de muerte,
aquí y ahora
sembrarme desnuda para nacer de nuevo.
Que el amor me identifique,
pagaré su tributo siempre
con la inocencia de aquello que no es volátil,
pero se encima con leones ardientes
que a mordidas me dejan lívida
y entre llamas me liberan
del pacto con el odio.
Esta es la historia que he de recordar,
lo nuestro es sonreír en las encrucijadas,
aún en el infierno,
aún en el ojo de la rabia,
sonreír con la gema de la vida entre las manos
sosteniendo precipicios y existencia.
Camino en la tierra partida con los caídos en batalla.
Los minutos que se han ido
bajan el rostro como en los funerales,
mas es su paso lo que amé;
en sus ojos tristes confiesan con Neruda
que he vivido
y cruzo,
como todos,
los desenlaces y pérdidas,
y es aquello lo que ríe,
y es aquello lo que ríe.
¿Qué fuerza es ésta
que vuelve a desafiar la muerte?
Caemos en la tentación de causas perdidas
tocándonos ahogados en el balbuceo del polvo
con la quijada rendida en la dínamo de corazonadas,
con el pubis maullando, tristes tigres sin disimulo,
en su garganta rosada,
absolutoria,
la lengua bebiendo el filo flagrante
de una medusa ciclónica.
Esta recámara compensa ajados abandonos
y masturbaciones resignadas a malabares inútiles.
Cae desbocada una túnica exquisita,
esquilada con el medio cuerno de las pestañas,
mirándonos la piel,
las pecas,
las cuencas honradas con pañuelos y bienvenidas,
peregrinos eternamente heridos
por el peor tiempo.
Pasa,
la vida pasa milimétrica, un día, dos,
la medida de lo justo
para arriesgarse a lo profundo
mientras algo se pierde.
Seducidos ya nos damos fuego que dura la noche,
no es tiempo, no es tiempo,
sus migajas a deshora aquello que nos une.
Si tocamos la puerta es para volver por lo imperfecto.
Las mejores historias tienen los huesos abiertos en la almohada
con la tierna pertenencia del vacío.
No queda más
que haber sonreído hasta la saciedad.
La única verdad es que amanecerá
y veremos.
(de Un jardín necesario. 2007)
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