RECORRIDO POR DESTINO
Era un día soleado, lo cual me hizo lamentar aún más tener que perder algunas horas en este lugar. Pero al fin y al cabo ya me encontraba aquí.Tal y como lo esperaba todo se encontraba asegurado. Había guardias en la entrada principal con un cuaderno que contenía los nombres de aquellos que podíamos ingresar y el motivo de dicho ingreso.
En ciertos ámbitos este lugar era muy conocido, aunque para el vulgo era ignorado casi en forma absoluta. Gracias a mi trabajo siempre debía cubrir eventos culturales y rodearme de artistas y otros que se creían tales, y fue por boca de un escultor, Rudy (verdadero artista), que conocí este lugar. Me lo mencionó con mucho temor. “Destino es mi destino” me dijo. Al principio lo creí una línea arrojada al aire… aunque después de charlar con alguien más me dijo que Destino era un manicomio muy particular. En Destino sólo ingresaban mentes brillantes que se hallaban fuera de camino. Artistas, científicos, empresarios y políticos de renombre formaban parte de Destino.
Me costó conseguir la nota, pero al fin y al cabo, el director de Destino me aprobó y me esperaba el día de hoy.
Me presenté con el guardia quien gentilmente me acompañó hasta la oficina correspondiente. Después de unos minutos el director se hizo presente, se realizaron los gestos de cortesía que hacen a la ocasión y me ofreció un recorrido por Destino aunque existía una condición: sin fotos ni grabaciones de ningún tipo. No me quedó otra opción más que aceptar y comenzamos el recorrido.
Había pocos pacientes aunque todos ellos eran importantes en su campo. Durante el recorrido reconocí a uno de los pacientes, que en su momento le solicité una entrevista que nunca fue respondida… Ahora veo la razón. Pasamos por un pequeño cuarto que estaba entre abierto. De la nada, salió corriendo un poeta, el famoso Alejandro Pizarro, quien me agarró de la campera con violencia y me dijo: “Esa mesa ridícula se hallaba repleta de pañuelos con fotos de ropa vieja en un mar de cuadernos”. Enseguida apareció el guardia que lo tomó por el cuello y llevó al cuarto nuevamente.
Al terminar el recorrido, y luego de múltiples explicaciones sobre los diversos tratamientos que ofrece el instituto, el director me dijo: “no se preocupe… siempre tenemos cuartos para mentes brillantes”. Haciendo caso omiso de esa última frase me retiré de Destino con un “hasta pronto”.
Era un día soleado, lo cual me hizo lamentar aún más tener que perder algunas horas en este lugar. Pero al fin y al cabo ya me encontraba aquí.Tal y como lo esperaba todo se encontraba asegurado. Había guardias en la entrada principal con un cuaderno que contenía los nombres de aquellos que podíamos ingresar y el motivo de dicho ingreso.
En ciertos ámbitos este lugar era muy conocido, aunque para el vulgo era ignorado casi en forma absoluta. Gracias a mi trabajo siempre debía cubrir eventos culturales y rodearme de artistas y otros que se creían tales, y fue por boca de un escultor, Rudy (verdadero artista), que conocí este lugar. Me lo mencionó con mucho temor. “Destino es mi destino” me dijo. Al principio lo creí una línea arrojada al aire… aunque después de charlar con alguien más me dijo que Destino era un manicomio muy particular. En Destino sólo ingresaban mentes brillantes que se hallaban fuera de camino. Artistas, científicos, empresarios y políticos de renombre formaban parte de Destino.
Me costó conseguir la nota, pero al fin y al cabo, el director de Destino me aprobó y me esperaba el día de hoy.
Me presenté con el guardia quien gentilmente me acompañó hasta la oficina correspondiente. Después de unos minutos el director se hizo presente, se realizaron los gestos de cortesía que hacen a la ocasión y me ofreció un recorrido por Destino aunque existía una condición: sin fotos ni grabaciones de ningún tipo. No me quedó otra opción más que aceptar y comenzamos el recorrido.
Había pocos pacientes aunque todos ellos eran importantes en su campo. Durante el recorrido reconocí a uno de los pacientes, que en su momento le solicité una entrevista que nunca fue respondida… Ahora veo la razón. Pasamos por un pequeño cuarto que estaba entre abierto. De la nada, salió corriendo un poeta, el famoso Alejandro Pizarro, quien me agarró de la campera con violencia y me dijo: “Esa mesa ridícula se hallaba repleta de pañuelos con fotos de ropa vieja en un mar de cuadernos”. Enseguida apareció el guardia que lo tomó por el cuello y llevó al cuarto nuevamente.
Al terminar el recorrido, y luego de múltiples explicaciones sobre los diversos tratamientos que ofrece el instituto, el director me dijo: “no se preocupe… siempre tenemos cuartos para mentes brillantes”. Haciendo caso omiso de esa última frase me retiré de Destino con un “hasta pronto”.
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