Entre los buitres de los sueños.
Entre los buitres angelicales monstruosamente acicalados,
surge el fuego, hecho por el tedio de los volcanes interiores.
Quizás por eso en la noche de todos los silencios
y de la gruta estrellada,
los papeles y los ojos se mezclan en habladurías,
cuando los pájaros azules del ventrílocuo,
van volviendo a la botella
que se tapa con un corcho de nubes.
Nubes de mentira con laderas que vuelcan su frío,
el frío de los árticos, el frío de los infiernos,
el calor de los cielos se cierne sobre nosotros,
el cielo de los cielos baja hasta los infiernos.
El infierno sube, baja. El infierno es de frío.
El cielo de caluroso invierno.
Es entonces cuando los vasos inigualables de la perdición
se encuentran en todas las esquinas para apoyarse
sobre los torrentes del papel.
El momento en que los pájaros buscan, para emigrar,
para huir hacia los hermosos espacios blancos.
Mientras, desde el vientre meta-atmosférico
parten tres carros de ilusiones
que batallan con los infiernos ascendentes
y los cielos esenciales.
POEMA 2
Transito
valles
sueños
viejos caminos
que conducen
a un maduro desierto
allí
la magnitud
suprema
se parece
al viento.
INMENSIDAD
Hay un cielo llamándome a poseerlo
y yo me oculto debajo de él.
Las estrellan treparon la cavidad celeste
y el firmamento poblado no es tan vano.
Todo es imposible, encadenado a tranquilizantes
que paralizan toda voluntad.
Es espantoso asimilar el llamado
porque al tratar de evadir la prisión,
los soldados blancos retoman sus puestos
y a veces suaves, otras violentos,
me devuelven al sitio del gran cuarto
donde otros como uno cada día,
ven truncada su esperanza de ver cielo
en cada huída frustrada hacia los patios
cuando el timbre da
la última
llamada.
HASTA LA CALMA
Dejarse caer entre paredes
que ahogan,
sin gritar mis gritos,
auscultando el latido de sus sienes
arremolinadas para indagar
mi pasado,
para contemplar con curiosidad
mis vértigos que no
llegan al éxtasis
y siempre quedan en la noche.
Mis ancestros se asoman
por los ojos de las paredes
al agujero de mi techo.
Primero, gritos horrendos
y celestiales.
Luego la lectura de vibraciones
integrada por cada uno de esos
electrodos sembrados
en mi cerebro.
Todos averiguan cosas
que no quiero saber.
Todos miran el agujero
que yo no puedo,
a no ser que vuelva la mirada
hacia otra vida.
Caigo presa del pánico.
Caigo y golpeo mi cabeza
contra el piso endurecido
y todo vuela y se pierde, oscurece,
es todo claro y es triste;
y sigo golpeándome con alegría
y todo gira, vuelve y vuela
y las paredes se posan sobre las moscas,
los cabellos peinan peines
y las lámparas se iluminan
por intermedio de los azulejos.
Mis dedos insensibles se poseen
aferrados a mi cabeza
y me desarmo y reconstruyo
entre furia de piernas
de manos, de gritos,
de gritos que se introducen
en la costumbre del agua y el agua
se hace calma en esas horas.
Una y otra vez la lucha desorbitada
abatiendo fantasmas,
el delirio se eleva conmigo.
Entonces bebo quietud.
No hay comentarios:
Publicar un comentario