Dejé abiertos los ventanales
Dejé abiertos los ventanales de la casa
que se estremece al menor soplo de brisa
a la espera de sentir el llamado de la tarde
y verla aparecer cubierta con largos helechos
arrastrando en la cadencia de su suave andar
sombras verdes y ecos de pájaros y girasoles
y campanas con sabor a golpes metálicos
sumidos en el torrente azul y profundo del río.
Ella no sabe de esta diaria y ansiosa espera.
No sabe del mantel que cubre mi mesa.
De los cojines que he derramado en el suelo
para recibir el suave roce de sus pies descalzos
Y ella no viene y tarda como a veces la primavera
cuando se queda dormida entre los cerros
sin escuchar el ardiente llamado de la tierra.
Esta espera en mi corazón se hace angustia
con un galopar de caballos desbocados
como un amante a la hora de la cita clandestina
que cansa sus ojos de mirar la calle desierta
Y como un regalo a mis doloridos sentidos
llega la tarde quemando la risa con sus dedos
fragante a mar, a selva húmeda y caracolas,
enterrando en mi pecho su lengua de cobre
haciéndolo repicar en alegres campanadas
que sueltan su voz sobre los valles adormecidos
Y así en el último arrebol que tiñe de coral el cielo
contemplamos extaciados la transparente y fría
denudez de la luna
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