El recuerdo de los lugares dejados, la existencia de estar lejos..."
(Sin título)
No sabría decir sobre la muerte,
si algún miedo de ella me dispara
otro dolor menos de ínsula
y más frialdad de huesos
que al norte de tu ciudad
donde alumbran los anuncios
y el tiempo se evapora muy parecido
a una de esas espinas de madriguera.
En la penumbra no sabemos
si lo real es un artificio casi divino
y al doblegar los pasos "cuenten que aquí llevamos"
son años amontonados con las quemaduras
de todos aquellos episodios
ahora idos contra la memoria.
No puedo hablar con la muerte
o de ella,
soy más joven que Rimbaud
y tengo la felicidad de no soñarme para morirme
sino, con la complicidad de esa luz
que me despierta sin reconocer el horizonte;
dentro, hay manantiales más lúcidos
que el llanto de un niño sólo,
muy sólo en una playa sin faro
con la ingenuidad de saber
el camino que tomaron los padres.
no se puede conversar con "la buena muerte"
la vida, difícilmente haría
de esa pantomima que asusta
a los gallos dormidos de nuestra madrugada.
***
POSANDO PARA LA FOTO
a la memoria de Octavio Pardo
Para Gélico
También de este lado nos visitan extranjeros
para fotografiar los rostros
de quienes llegaron al reino.
Y saber, si todas esas noticias
y los sueños de quienes los invitaron
son ciertos en la felicidad de los menos humildes.
Aunque no sean fotos del hambre
o la miseria ramplona de un cuarto con techo de tejas
tampoco de paredes mohosas y calles oscuras
y con charcos que producen arco iris de extraños deseos
y días donde las personas que pasan
nos miran como a los Dioses,
y ofrecen sus cuerpos para entender
si los dioses le devuelven el roce con las prendas
compradas, quizás a plazo, allá en el paraíso.
Nadie escapa al flash de un turista
sonriente y tratando de adivinar nuestro enfado
sin saber tampoco hasta que las revelen
que algunos muertos de felicidad en este imperio
pueden lucir el estrago que deja
la soledad etiquetada y llena de comodidades
por la que la familia del otro lado del mar suspira.
Aquí también las fotos engañan
y no es la ruina del paisaje quien lo denuncia,
por dentro, el fuego de la nostalgia quema
y muchas veces nos salen por la piel
con la sonrisa y la pose,
bocanadas de humo
de los techos de tejas y la madera seca al aire
frialdades más blancas que nuestras almas austeras.
***
PRIMERA FOTO
Para Nivia del Carmen
Hiciste tu primera obra con nacer
no de la costilla de tu madre
sino del bien juntado acople
en las noches en que tu papá
pintó tu rostro sin saberlo en el vientre
de donde saliste al mundo por luz
y hacia la luz que no devora todavía tu inocencia.
Natividad, de los manantiales de un río
o de las hierbas en el fondo del patio de tu casa
hasta las piedras que vendrán por los caminos;
todo horizonte, flotará en las aguas de tu corazón
igual a la armonía con la que esperamos
vuelvas alguna vez para conocer las calles ruinosas
del país de donde tu padre y yo partimos
heridos o viviosos en el balaceo de las horas perdidas
pero aún mortales, aún extranjeros, aún, infinitamente
hijos de la tierra húmeda
tras las espigas de los campos de arroz
con el rostro inocente por el que ahora
lloro en la pureza y la felicidad
de tu primera foto.
***
DEL SILENCIO Y NO DE LA MUERTE
Los toros que pastaban delante Y LA HIERBA SECA
la claridad del mediodía
y el silbido muy lejos de un viento
acercándose hasta sus orejas;
la soledad de algunas tardes en las que no quería
escuchar QUE sus padres o amigos pronunciaran el nombre,
EL de las cosas O EL SUYO.
Cuando los ojos lo miraban y veía sus lenguas y la SALIVA
caer lenta y espumosa sobre sus patas delanteras
pensaba en la quietud de ese acto, LENTO Y DELICIOSO,
y en la otra quietud, casi un goce de su alma vacía,
esperando tal vez TRAGARSE
la ternura con la que lo miraban
Y ÉL RESPONDÍA imaginando esas escenas sin moverse.
La baba y los ojos y los tarros de un buey
lo podían acompañar mejor
que sus sentimientos a la vida;
suponía, y lo creyó mientras POR AÑOS
al usar la vara para domar a los bueyes,
su padre lo miraba con rudeza
y él muchas veces adivinaba:
ES un buey y no una hoja,
es un rudo animal y no el ala de una MARIPOSA,
pero su padre dijo:
O lo pinchas o te enseño lo que DUELE.
Y aunque esté lejos, muy lejos,
hay días en los que siente la quietud
de los años en los que bien pudo creerse
era un buey con ojos de mirada profunda
y mientras masticaba el pasto
se ponía a soñar, quizás deliciosamente,
LA SALIVA LLEGANDO a sus PATAS.
Y el silbido del aire cruzando el potrero
penetró hasta los espacios vacíos de su alma.
***
REMEDIOS
Del Libro de los Nombres:
En trenes vistos desde lejos
y en aquella estación polvorienta
desde tiempos en los que a diario
se masturbaba
pensando en el castigo de Dios
y de su única indefensa soledad;
desde las fiebres y los potreros
donde pastaban vacas con lunares y olor a hierba seca
hasta estos días de la gran ciudad
nunca pensó en el valor real de toda su existencia.
Despacio, por una de esas avenidas
descendiendo hacía el final de una calle
que termina justo donde empiezan esos temores
de la vejez cercana y del abismo allá abajo
donde pasan veloces vidas y autos
y que vistos desde arriba son indescifrables.
Volver, era juntarse con el humo de aquellos retratos
amigos muertos, besados
un invento contra la sublime soledad
crecida como él en estos años;
años de entrar o salir de calles
que terminan como uno de esos letreros
en pueblos fantasmas
Remedios, 14 kilómetros,
y para él, distancia numerada
presencia en habitación B7 con vista
a Boulevard que sueña alcanzable
la ciudad de largos puentes y de insomnes
dispuestos a beberse más que unas cervezas
la espuma y los besos del olvido.
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