El lunar
Este extraño lunar que crece y crece, piensa él cada mañana frente al espejo. No es que sea grande-grande, sin embargo, a él le parece que está cada vez más puntiagudo, que adquirió de pronto el carácter de una montaña, después de haber sido sólo un punto muerto en medio de la cara. Y no es que le preocupen las marcas en el rostro y esas tonterías, es sólo que él está consciente de la azarosa lucha por el sustento diario y de sus graves problemas económicos, protestos, piensa, mientras se rasca el lunar y le mueve sutilmente la cúspide. Vendrán los acreedores, y lo coge de la base, incrustando levemente la uña de su índice derecho. Aquello del jefe fue una chambonada, mire que considerarlo incompetente, bueno, son cosas que pasan. Apoya su rostro sobre el espejo, el lunar no lo percibe y parece no existir, la humedad de su respiración empaña sus facciones, lo vuelve dúctil y etéreo como la nada. Piensa que esta vez todo acabó, que hoy recibirá el sobre azul, quizás sí, o quizás... Su esposa ignora la situación, sus hijos juegan a ser grandes en la habitación contigua mientras él se aleja del vidrio; su rostro está sudoroso, el lunar sigue allí, más grande aún, en verdad, piensa, esta vez ha crecido demasiado, su tamaño se ha vuelto cósmico, será mejor que lo extirpe.
Nueva génesis
Solía caminar desnudo sobre la arena, hasta que un viento fuerte azotó sus testículos. Entonces, decidió cubrirse para siempre.
Espectro
Te busco infructuosamente, payaso de mi ausencia, y aunque tu fantasma rondón me haga reír, no puedo evitar la nostalgia de tu abrazo y recorrer nuestro jardín tanto como las orquídeas lo permitan y los membrillos no amarguen mi garganta.
Sé que estás allí: engarzado a un muro, cansado de contar chistes a las ventanas, mientras el sol ríe a carcajadas desde una primavera que no llega.
Vuelvo a casa, recorro una a una las habitaciones y veo al infortunio poseer a la noche, hasta dejarla postrada sobre nuestro lecho. ¡Cómo pude perderte desde los brazos! Soy un alma en pena envuelta en tu recuerdo de águila solitaria volando al infinito.
Y aunque regresas a casa cada tarde, me saludas con un beso que entumece mis huesos para luego sentarte frente a un televisor que te roba la imagen y me confirma que eres sólo un espectro, un bufón mercantil que olvidó su humor en la bolsa de valores, que acaricia su chequera con amor cenobita y me habla de U.F., U.T.M. y sepa Dios qué otra cosa fantasmagóricamente lejana, mientras yo deambulo, deambulo infructuosamente en busca de tu presencia.
© Roxana Heise
Este extraño lunar que crece y crece, piensa él cada mañana frente al espejo. No es que sea grande-grande, sin embargo, a él le parece que está cada vez más puntiagudo, que adquirió de pronto el carácter de una montaña, después de haber sido sólo un punto muerto en medio de la cara. Y no es que le preocupen las marcas en el rostro y esas tonterías, es sólo que él está consciente de la azarosa lucha por el sustento diario y de sus graves problemas económicos, protestos, piensa, mientras se rasca el lunar y le mueve sutilmente la cúspide. Vendrán los acreedores, y lo coge de la base, incrustando levemente la uña de su índice derecho. Aquello del jefe fue una chambonada, mire que considerarlo incompetente, bueno, son cosas que pasan. Apoya su rostro sobre el espejo, el lunar no lo percibe y parece no existir, la humedad de su respiración empaña sus facciones, lo vuelve dúctil y etéreo como la nada. Piensa que esta vez todo acabó, que hoy recibirá el sobre azul, quizás sí, o quizás... Su esposa ignora la situación, sus hijos juegan a ser grandes en la habitación contigua mientras él se aleja del vidrio; su rostro está sudoroso, el lunar sigue allí, más grande aún, en verdad, piensa, esta vez ha crecido demasiado, su tamaño se ha vuelto cósmico, será mejor que lo extirpe.
Nueva génesis
Solía caminar desnudo sobre la arena, hasta que un viento fuerte azotó sus testículos. Entonces, decidió cubrirse para siempre.
Espectro
Te busco infructuosamente, payaso de mi ausencia, y aunque tu fantasma rondón me haga reír, no puedo evitar la nostalgia de tu abrazo y recorrer nuestro jardín tanto como las orquídeas lo permitan y los membrillos no amarguen mi garganta.
Sé que estás allí: engarzado a un muro, cansado de contar chistes a las ventanas, mientras el sol ríe a carcajadas desde una primavera que no llega.
Vuelvo a casa, recorro una a una las habitaciones y veo al infortunio poseer a la noche, hasta dejarla postrada sobre nuestro lecho. ¡Cómo pude perderte desde los brazos! Soy un alma en pena envuelta en tu recuerdo de águila solitaria volando al infinito.
Y aunque regresas a casa cada tarde, me saludas con un beso que entumece mis huesos para luego sentarte frente a un televisor que te roba la imagen y me confirma que eres sólo un espectro, un bufón mercantil que olvidó su humor en la bolsa de valores, que acaricia su chequera con amor cenobita y me habla de U.F., U.T.M. y sepa Dios qué otra cosa fantasmagóricamente lejana, mientras yo deambulo, deambulo infructuosamente en busca de tu presencia.
© Roxana Heise
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