Furnia
Esa ciudad con alas,
la que escapa hasta del sueño,
apenas se bosqueja nos transforma
hipotéticos y tácitos cadáveres
retorciéndose en el vientre de la tierra.
No hay parís cercano
ni país
ni sombra, suerte, sino,
ni nosotros…
ni vallejos sedentes
en este inmenso hueco
con su noche en brazos.
Anzuelo la máscara
Anzuelo la máscara
que escurre la sal con sus dolores
la saco del mar de mis pupilas
la tomo del mentón
y en ese instante en que la noche
es punta en la flecha detenida
no para de llover
por el hueco de sus ojos.
Tarde y sin bolero frente al mar
Caminaba sin ti en el pentagrama
con la perversidad a flote
y el bolero apagado
por la arena revuelta de mis pies.
Vino de pronto el mar
con sus deshoras;
escupió sobre mí
los peces que volvieron con tu olor
a pegarse en las paredes de mis ojos.
Tus hijos y mis hijos con sus perros
aullaron nuestra música,
vomitaron la bruma entre los dos.
Somos desde ayer
los que no estaban.
De cabeza a mis pies tendido el gato
Sobre qué viento de espejos
se derrama el concierto de tus brazos.
En qué bandeja de labios descoyuntas
pájaros de besos y la voz
cala la espesura de la mnésis en tu diente.
En qué puerta estalla el nudillo
de tu lejanía y sobre qué pared
tu sombra se detiene
a vestir los agujeros de la fuga.
Bajo qué ardorosa palmera
se desliza fugaz la esperma de tu aliento
ribeteando con su aroma
el cielo húmedo de tus almohadas.
Hoy alumbro con el cono de tu ausencia
los ojos ambarinos de mi sueño.
Donde nadie me recuerda
Ahora que las conchas laten
como cuerpos de brisa que no pueden penetrarse
no deseo llorar un nombre ni reír palabras huecas
que de arrastrar mitades
ya son troncos en el agua
donde flotan estos versos sin quebranto
llenos de rumores que siguen la corriente
hasta alcanzar su tramo de tierra colorada y perfecta
echando raíces de verdes encendidos
que alumbran los costados abiertos
en que me he vuelvo un ojo redondo
rodando en la tarde sin cauce.
Ahora que soy casi tan grande como mis pies
sigo el rastro de esas conchas
con la misma verdad en los riñones
donde croan las ranas que me saltan dentro
con la misma inocencia en cada hueso
donde afloran los lirios de todos mis dolores
con la única sonrisa en la pisada
que enarbola tomeguines y hojas de naranja
en el regio crujir de mis tendones
Ahora que mis costillas se ensanchan
con la aguja de estos juncos en el pecho
ensartando collares que hablan del apego
tras el biombo que siempre ando buscando;
en el atrio de la noche
al final de la escalera
en el juego irrepetible del mirar que quema…
y el pecíolo de los muertos tambaleándose
en mi ceiba de cabellos claros
y la prisa de mi nombre gritándome dentro
ese grito pendular y sabio
que revela el corazón de los tejados
o la lluvia cayéndome en la espera
del blanquísimo fantasma de otros brazos.
Ahora que arrastro mi gran trozo de cielo
con la misma firmeza conque trato
de matar la burla de mis hombros
en el escorzo apretado de las sombras,
la suavidad se hizo nido en otro pámpano
el puño de vidrio deteniendo el golpe en cada puerta
me destapa los guijarros de la voz
que me dictan paisajes ya nombrados
en el eterno trabajo de parir hormigas
despachando en mí sus infinitos pasos.
Y la sangre de mis ojos disfrazada de muñeco
remonta la calle irrespirable
de minutos rebanados
servidos en la ruta de estos pies
que no se cansan de cruzar espejos
y mi rastro
ya nada envidia al mar con sus botellas rotas
nada quiere del viento ciego que tropieza
nada pide al diamante silencioso
que traga crustáceos erizados.
Ahora que soy casi tan grande como mis pies descalzos
con el aluminio de todos mis anillos rotos
y la luz que anida en cada uno de mis dedos,
trenzo los colores del poema
mientras el perro que me lame las manos
desentierra lunas donde nadie me recuerda.
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