1
la mano cae cual silencio espeso que vuelca la tarde,
igual que los misterios de Udolfo, los hombres rana verdes,
adosadas a las vertientes de los ojos
pueblan noche sin fronteras;
igual a leones, la sabana africana descuelga
negros labios del poniente.
brumas obstinadas diluyen silencios de la vida
palpitar goteante, mirar decadente.
La lluvia trae silencios, más intensos
de los que se pueden imaginar,
el toro, puebla las praderas de los tiempos de la primera derrota
habla de fantasmas en el centro de la máquina.
prematuro es hablar
de las cosas que pueblan la razón de todos los días,
cada momento,
nada es igual a nada,
todo puede ser igual a todo
lo que, es otra manera de decirse
equivocado
doliente de las llanuras del corazón;
los espacios vacíos de las grandes estepas desiertas del Asia Central,
allí los caballos sirven a los hombres en resignados silencios,
allí esperan encontrar oro buscadores legendarios del Yukón,
allí las vías del ferrocarril se encierran a tocar vacío.
(un espejo roto es un pedazo de cristal deshecho,
violencia de un disparo,
alcanzando la magnitud de un hecho)
caballos que corren
comienzan a peregrinar,
hacia abajo
doscientos años de sol a cuestas.
inútil seguir cooperando con la noche,
las cosechas esperarán un año más
los rastrojos mirarán correr el tiempo
como veloces estrellas del firmamento crepuscular.
De "Labios del poniente"
Sirenas
3
las he visto desnudando la aurora
alejarse entre muchedumbres de delfines
raspar el agua como aviones de titanio
surcar el cielo como barcos entrevistos al filo del horizonte
las he visto pasear tu mirada en los árboles del trasiego
dominar las olas como látigos de pluma
allanar senderos de espuma tras estela de vapor carguero,
tu nombre no tiene el sentido de
ángeles parados a la siniestra de aquel
tu nombre no tiene el nombre de quien vino sobre el agua
tu nombre no sacude corazones de nubes en
los desiertos del cielo
las he visto con sus cabelleras de fuego trenzado
sacudir los verdes del río como mar,
iluminar la tarde en rayo verde,
despedida fugaz,
aturdir la noche con su canto insoportablemente real,
pasear su sombra en los ocasos de la escollera.
De "Mompracem"
pasado
vino a golpearme el pasado
con su cabeza de hidra,
y me llenó los atardeceres
de planetas y ángeles,
y me llevó tras las cortinas del tiempo.
De "Poemas del desierto de mojave"
Jorge Olivera (Treinta y Tres, 1964). Profesor de Literatura, narrador, ensayista. En poesía publicó: Poemas del desierto de Mojave (1994; 1º Premio Gerardo Diego, Soria, España, 2003); Labios del poniente (2000; 1º Premio Intendencia Municipal de Montevideo, categoría inéditos, 1999); Mompracem (2002).
No hay comentarios:
Publicar un comentario