De "Ritual de las primicias"
Respuesta hacia Salisbury
Hacía ocho años que no la veía
y aún poseía esa serenidad de santa en el martirio
cuyas estampas repartí el día de mi comunión.
Mientras esperaba el autobús que me llevaría a la iglesia de Salisbury
recordé nuestras amistades comunes,
sus promesas que duraban un instante en le fondo de la una de una taza de té,
sus gustos como contar
cuántas vueltas daba un pez en el silencio de nuestra conversación.
Durante el trayecto volví a pensar en ella: se llamaba Perséfone,
los padres eran griegos y deseaban volver a la isla de Cos,
luego de la muerte de su abuela.
A los cuatro meses, comprendí que Perséfone vivía de sus dos suicidios,
dilapidando su lengua en falsas historias
hasta que dejó una carta donde se convencía
que debía huir de mí para encontrarse.
Hacía ocho años que la buscaba
para preguntarle los argumentos de su ausencia.
Alrededor de la iglesia la hierba estaba crecida,
la liturgia de los vitrales celebraba reyes de Inglaterra
y el encuentro con Perséfone persistía en su voluntad de animal nocturno
y seguía con sigilo mis pensamientos que responden a ese paisaje
donde dos estatuas estaban siendo flageladas por un sol de invierno.
La visita del pastor Carley
De "Los fragmentos dispersos"
Desde aquí veo al pastor Carley con su largo saco
caminando en dirección a esta casa
y el viento comienza a soplar desde su cuerpo a las barcas.
Hasta cercano al anochecer, el pastor me visita
como siempre lo hace en los primeros miércoles de cada mes
desde la muerte de mi hermana en junio pasado.
Se quejará modestamente de la administración de la parroquia,
me aconsejará leer las aventuras de heroínas victorianas
y, a propósito, mencionará cada siervo por sus virtudes.
Desde aquí veo al pastor Carley con su largo saco
más acá de la línea roja de las amapolas
sujetando el sombrero ante un golpe de viento,
con su paraguas roto que le alcanzaré al salir.
Y luego, cuando el viento se vuelva contra las ventanas del sur,
encenderé el fuego en honor a manes, lares y penates,
dando gracias que fue por ellos
corta la visita del pastor Carley.
De "Los fragmentos dispersos"
WILLIAM JOHNSTON -URUGUAY
Las llagas casi anfibias
Las llagas casi anfibias -sangre ambarina: ambrosía-
en su costado más profundo del cuerpo
de las furias que urdían esta historia
entre los placeres soterrados de octubre.
llevaban una luz luciferina como santoral envuelto en papel aluminio,
los coturnos color púrpura,
el vestido de lamé que lame abriendo con su lengua brillante el aire.
y así entraron a casa con su coquetería de tocador azogado.
su sombra pudrió los higos que estaban en el centro de porcelana antigua
y no las dejes caer en la tentación de traficar con nuestros sueños
dijo mi madre cerrando puertas,
los umbrales umbrosos: celosías y postigos.
De "La estación de las bellas furias"
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